No decidí ser mamá de tiempo completo

Desde que recuerdo siempre quise ser madre, Matías fue un bebé elegido por su papá y por mí conscientemente, la noticia del embarazo y los 9 meses fueron maravillosos, la manera como sería el parto fue también una decisión, por lo menos me preparé para que fuera como yo quería… El único detalle al que le resté importancia o lo dejé como una obviedad, me parece, fue el de la crianza de Matías.
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La felicidad de su nacimiento femenino, mi profunda conexión con mi fuerza por el parto, la magia de la vida en casa al lado de él se fue pasando al trabajo, donde gracias a la vida, a mi esposo y su Corporación, podría llevarme a Matías, pasábamos medio tiempo en casa y el otro en la Corporación. A los 6 meses, debido a la exigencia laboral, buscamos un jardín, sentimos que estaría en compañía de más niños y que estaría estimulado. Entonces viene la primera ambigüedad, la felicidad de lo que estoy haciendo como profesional y la mirada de crítica por ser capaz, como madre, de dejar a mi hijo en un lugar ajeno a su casa.

Hoy, por cosas de la vida, estoy con mi hijo de 2 años en casa todo el tiempo, no está en el jardín por situaciones familiares, parece que todo fue en desorden, ¿A los 6 meses en jardín ya los 2 años no?  Sí, la vida muchas veces tiene un orden que yo mismo no puedo comprender ya este punto ya ni lo intento…

Soy muchas facetas, soy mujer, soy esposa y madre (además de hija, hermana, etc), soy trabajadora, soy creativa, soy sensible, soy práctica, algunos dirían que hasta hippie… Entonces en esta época de ser madre de tiempo completo he tenido serias confrontaciones sobre lo que soy, sobre lo que sé hacer, sobre lo que no sé hacer, sobre lo que quisiera hacer mejor, confrontaciones sobre mi desarrollo profesional, lágrimas por querer tener un día sola, en absoluto silencio y no tenerlo, por sentirme culpable de querer irme, por no saber ser mamá de tiempo completo.

En este tiempo he tenido mucho para comparar el desarrollo de mi hijo frente a otros, o los alimentos que madres amantes a la cocina encuentran para sus hijos, versus mis 3 mismos platos, confrontación por ser dependiente económicamente de mi esposo, por no encontrar el espacio para dedicarme a las otras cosas que me apasionan o que me permiten mi desarrollo profesional.Por su puesto que debo decir que aquí también he sentido la mirada crítica por el hecho de no tener al niño en el jardín, cuando es el momento "perfecto" para su socialización y desarrollo, o por ser capaz de estar en casa solamente dedicado a mi hijo (como si no fuera suficientemente agotador), o por no estar aumentando la economía para el hogar, incluso por el contrario, por el hecho de no querer ser mamá de tiempo completo… Así que esta parte ya no me agota.

Sin embargo, comprendí que la crítica más dura era la que me estaba haciendo a mí misma, por no haber decidido ser mamá de tiempo completo y aún más por sentir que no sabía serlo, me la paso inventando actividades (o intentando inventar) para que aprenda, para que se divierta, buscando nuevos platos para innovar, aunque termino con los mismos 3 de siempre, estoy aprendiendo a atender la casa, los ritmos de Matías, a seguir mis ritmos también, a observar mis miedos para amistarme con ellos, aún así, ya pesar de la entrega, me doy cuenta que el espejo en el que muchas veces me miro está alterado por mi ego, por mi afán de ser una mamá perfecta, por una búsqueda de aprobación y reconocimiento, por querer encajar.

Comprendí que la crítica más dura era la que me estaba haciendo a mí misma, por no haber decidido ser mamá de tiempo completo y aún más, por sentir que no sabía serlo.

Una vez las lágrimas - ocasionadas por alguna frustración o por esa dureza con la que me miro en ocasiones - se han secado, lo miro y encuentro su mirada cálida, su sonrisa cómplice y amorosa, su beso en la frente que me hace sentir que todo está bien, su abrazo expresando que no podría haber nada mejor que tener a su mamá con él, que podría comer los mismos 3 platos por mucho tiempo más mientras que yo esté para entender sus palabras, sus juegos, las canciones que le gustan, sus ritmos, sus aprendizajes, para abrazarlo, para consentirlo, para sanar sus golpes, para ayudar a levantar cuando se cae, para cargarlo a caballito, para saltar en la cama, para hacer volteretas, para bailar juntos en la sala, para ir al parque, a la piscina, para animar sus primeros pedaleos, para acostarlo en su siesta,para almorzar a su lado aunque mi lunch se enfríe, para ver cada uno de sus avances.

Así que comprendo que nunca lo planeé, nunca me imaginé como una mamá de tiempo completo (por el contexto, por el feminismo, por las mujeres que me anteceden en mi familia), entonces hace un par de días me sorprendí cuando comprendí que la imagen que mi hijo tenga de mí, sería la de una mamá presente que estuvo en su niñez, que se gozó cada momento de esa etapa (gozar implica comprometerse con el momento, lo cual incluye las confrontaciones, las emociones encontradas y en ocasiones las frustraciones) , es una imagen que me sorprende porque nunca me vi así, me vi como una madre trabajadora.Así que aunque distante de la imagen que tenía de mí, confieso que me gusta, que resignifica para mí toda esta experiencia de ser madre de tiempo completo, porque al final, lo que encuentro es que nada, absolutamente nada, podría pagar lo que significa poder seguir a mi hijo en su desarrollo, ser la directa implicada en el paso del pañal a la vasenilla, la que le enseñe los colores, a contar, a danzar, la que pueda observar sus dinámicas, sus gustos, su temperamento, aprender de mí a través de él, recordar lo que había olvidado, a comprender, tal como lo hago mientras escribo este texto, que no hay nada de qué preocuparme, su madurez emocional permitirá que este sea un niño feliz, empático, amigable, solidario, que sea ​​lo que sea y haga lo que haga, estará atravesado por el amor, y eso para mí ya lo vale todo.
Claro, estoy encontrando el equilibrio entre mi ser mujer, madre, esposa y profesional, por ahora y mientras cada momento vaya llegando, comprendo que soy la mejor madre que puedo ser, que mi humanidad atravesará cada rol que represento y que será inherente a mis mejores intenciones, mi búsqueda, mis estados emocionales, mi conciencia e incluso mi ignorancia.

Al jardín le agradezco todo lo que le brindó a mi hijo, el amor, la enseñanza, los "amigos" que hizo y allí volverá cuando deba ser el momento, no tendré conflicto con esto porque comprendo lo que le permite ese espacio, por ahora y hasta que sea este momento lo seguiré disfrutando, ahora con más liviandad al replantear esa imagen de mí, al amistarme con el hecho de ser uno de los grandes recuerdos que Matías vaya a tener de su infancia.

Hoy solo puedo agradecerle a Carlos Andrés por su amor, su apoyo, su comprensión, por ser muchas veces el que me muestra el otro lado del espejo, el que me dice que soy perfecta tal como soy, que no tengo que buscar ni ser más . Gracias a Matías por sus ojitos, por su sonrisa y sus abrazos que alivian tantas veces mi alma... Y gracias a mí por abrazarme y por ser capaz de compartir esto que quizás, como me dijo un amigo - hermano de otras vidas - no es tan facil de confesar y que otras mujeres pueden necesitar leer.
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