Sin embargo me duelen las historias que viven tantas mujeres por tener una preferencia en tipo de parto, por tener miedo, por querer estar acompañadas, por no tener un tipo de seguridad médica que les permita unas condiciones mínimas y dignas, por no estar informadas, entre otras cosas, por no estar empoderadas de su proceso... ¿Dejamos de ser si permitimos ser al otro?. Los protocolos médicos están hechos para salvar vidas, no para controlar la manera de parir irrumpiendo con la intimidad y derecho de la mujer.
Todo es una cadena y nos estamos perdiendo en discusiones egoicas sobre protocolos, sobre razones, sobre argumentos, sobre procesos y economías, dejando por fuera el impacto que tienen tanto la forma de nacer, como la experiencia de parto que la madre viva, sobre la conexión de esa mamá con su cuerpo, sobre la conexión de la madre con su bebé, sobre la relación que la madre establecerá con el padre, sobre el autoestima de la madre (como mujer y madre), sobre el vínculo y crianza que brinde la madre que estará determinada por su auto-percepción, sobre la relación que el padre tendrá con su hijo, atravesada quizá en gran medida por la experiencia de la madre, sobre la percepción de amor con la que crecerá ese niño, sobre las relaciones que establecerá, sobre la manera como manejará sus emociones, sobre la influencia de las emociones sobre sus decisiones, sobre el impacto que tendrán sus decisiones en la sociedad, sobre la sociedad que tenemos y queremos construir…
Todo se trata de respeto, respeto por el deseo de la madre, por sus creencias, por sus necesidades, respeto por los protocolos médicos necesarios, respeto por la profesión de quien atiende, respeto por la sabiduría de la madre... ¡Respeto al fin y al cabo!
El bienestar de la madre, el vínculo con su hijo, la adecuada práctica médica, la manera como nos relacionamos, la paz... Todo radica en el respeto.